De origen belga y con la capacidad de hacer una obra propia, René Magritte, comienza a crear una obra pictográfica trascendente, ya que dentro del círculo de artistas, en el cual es muy difícil consagrarse, pudo penetrar para ser reconocido. Se inclina a pintar dentro de la corriente surrealista que se vio ligada a su época que corresponde a la primera mitad del siglo XX. Su obra trasciende por dotar al surrealismo de una visión crítica más que onírica y hacer de su obra algo más conceptual.
Magritte lejos de conformarse con representar lo que siente, critica lo que ve, como una muestra de la falta de identidad personal que se va perdiendo en el mundo moderno con la implementación de la homogenización cultural que es consecuencia de las técnicas de producción y de invisibilización del ser humano dentro de un contexto urbano.
Juega con las formas de representación, ya que lo que él pinta no precisamente es lo que el receptor piensa que es, juega con la representación del cuadro insertándole palabras para así cuestionar la realidad y la creación-representación.
Esto no es una pipa (o algo así se llama)
Es irónico que la misma crítica que hace a su sociedad sea la que lo ha consagrado como un artista representativo del siglo XX, ya que su obra ha sido vista en muchas partes del mundo, pero es difícil comprenderla, ya que no sólo es un juego estético el que plasma, sino que es una parte conceptual que te hace preguntarte ¿Qué es lo que quiere decir?, quizá no quiere decir nada, quizá quiera decir mucho, pero es difícil comprender el mensaje ya que lo que se ve, no es lo que aparenta ser en su obra.
Puedes observar su obra en el Palacio de Bellas artes, estará hasta el 11 de julio, la entrada es gratuita.